«Te estoy poniendo este e-mail para ver si estás bien, m’ijo», le escribió Florinda Martínez (quien evidentemente cree que los e-mails se «ponen» y no se «envían») a su hijo Joíto, quien solo la procura «pa’ que le cocine, pa’ que le lave la ropa o pa’ pedirme chavos». «Nada, como no supe de ti ayer, pensé que quizás te había pasado algo», continuó la epístola, visiblemente húmeda con lágrimas maternales. «¡Porque seguramente no fue que te olvidaste de la mujer que te dio la vida, te mimó en su regazo y te tuvo en su casa hasta que cumpliste 35 años porque eres más vago que la quijá’ de arriba!».
Nadia Bermúdez, otra progenitora desatendida por su retoño el Día de las Madres, optó por enviarle un teléfono celular a su hija Casandra al pasarse el domingo entero sin escuchar nada de ella. «Seguramente tu teléfono se te perdió, se te dañó o se te acabaron los minutos, porque de ti ayer no escuché ni pío», rezaba la tarjeta que acompañaba el obsequio envuelto en cargo de conciencia. «Así que aquí tienes un celular nuevo y una tarjeta con 60 minutos prepagados para que me llames –¡digo, si es que hablar con tu propia madre por una hora entera no es demasiado pedir, claro está!».
La preponderancia de hijos olvidadizos y/o malagradecidos motivó a la compañía de tarjetas Hallmark a lanzar una nueva línea, llamada «Guilt-Trip Moments®«, para ayudar a las madres ignoradas a «darle un achiquichiquimangue classy a sus vástagos ingratos, con ese saborcito pasivo-agresivo que solo el regaño de una madre puede dar». Ejemplos de estas postales son: «Incluso entre mis amargas lágrimas / Todavía te amo tanto como el primer día, hijo mío»; «Aunque un hijo deje de procurar a su madre / Una madre siempre recuerda el amor que siente por él»; «El dolor de parto el día que naciste / Me preparó para que me bregaras Chicky Starr ayer»; y la megaguilt-tripiosa «Está bien que ya no me llames / Eso te acostumbrará para el día / En que yo me muera y ya no me puedas llamar más».
Fuentes internas en Hallmark intimaron que la compañía contrató a decenas de mujeres puertorriqueñas para escribir el texto de las tarjetas, «porque nadie puede darte una puñalada sentimental directito al hígado tan certeramente como una madre boricua… ¡o si alguien puede, honestamente no querríamos ni saberlo!».