La renuncia de Héctor Pesquera a la superintendencia de la Policía lleva pronosticándose por mucho tiempo, pero a última hora por alguna razón este siempre termina quedándose en su puesto. Esto, a pesar de que Pesquera presuntamente tenía la oportunidad de resumir sus labores en la Autoridad de los Puertos en el condado de Miami-Dade en Florida, o francamente desempeñar cualquier trabajo que sea más gratificante que cargar con la responsabilidad de detener la tsunámica ola criminal que arropa la Isla (una restricción que solo elimina ser el maestro de inglés de García Padilla). Aparentemente Pesquera lleva tanto tiempo atrapado en la ingrata posición de superintendente de la Policía que ha aprendido a amarla –una reacción tan ilógica como las mujeres que defienden a sus maridos abusadores, o como el electorado boricua que sigue eligiendo la misma trulla de politiqueros ineptos para luego criticarlos y finalmente reelegirlos a los cuatro años.
El Síndrome de Estocolmo, llamado así quizás porque fue identificado por un doctor de apellido «Estocolmo» (o quizás no: ¡en realidad ni nos molestamos en investigar!), se refiere a los sentimientos de afecto que eventualmente desarrolla una víctima de secuestro por su captor. «Es lo único que puede explicar por qué Héctor Pesquera sigue en la Policía en vez de decir ‘Patitas, ¿pa’ qué las quiero?’ y coger la juyilanga», expuso el psiquiatra Felipe Zaragoza. «Un profesional tan preparado como él y con una barbita tan chulisnaquin no debería tener problema alguno en encontrar un empleo más remunerante y menos descorazonador que intentar que mágicamente desaparezcan las hordas de cacos que rondan las calles. Tiene que ser que el gobernador Alejandro García Padilla ha hecho un tremendo trabajo de hacer que Pesquera se sienta como una persona valiosa e importante en la sisífica lucha contra el crimen –en vez de la piñata du jour que solo sirve para recibir cantazos, sin ni siquiera tener la decencia de soltar dulces».
«He aprendido a disfrutar las conferencias de prensa donde los periodistas me dan como pandereta de pentecostal, achacándome el creciente índice criminal en la Isla», explicó Héctor Pesquera en una conferencia de prensa donde los periodistas acababan de, en efecto, darle como pandereta de pentecostal. «Amo ser la cara pública de un cuerpo policiaco tan asediado por la corrupción que hasta los federicos tuvieron que meter el pico y darnos un achiquichiquimangue. Y finalmente, no puedo imaginarme trabajando en un lugar donde mi esfuerzo rinda frutos y sienta que en realidad estoy haciendo una diferencia. Por esto y mucho más les prometo que me quedaré en este puesto mientras siga habiendo crimen en Puerto Rico; mientras el gobernador Alejandro García Padilla me lo pida; o mientras haya aire en mis pulmones y vida en mi cuerpo», prometió el perenne líder policiaco mirando al primer mandatario con ojos brillosos de emoción y llenos de admiración. «Y si luego de yo fallecer la Isla fuese afectada por una epidemia zombi, ¡tampoco tendría problema alguno con seguir fungiendo como superintendente como un cadáver reanimado!».