«¡Este es el descubrimiento arqueológico más importante de nuestros tiempos!», declaró gozoso Pascal Lavoie, director general de la Société D’Études Archéologiques Sous-marines (SEAS, por sus siglas en francés, pero que tienen más sentido en inglés). «Mi equipo y yo llevamos surcando las profundidades del mar por días en búsqueda de esta legendaria civilización perdida bajo las aguas, ¡y finalmente la encontramos!». El proceso no fue fácil, según Lavoie, porque pocos récords históricos lograron sobrevivir el desastre natural que misteriosamente anegó la antiquísima metrópoli caribeña, la cual, «según el estado de deterioro de las edificaciones que hallamos, parecía haber estado abandonada por décadas».
El director de la SEAS describió con maravilla cómo pudo haber funcionado esa ciudad submarina conocida como «San Juan» antes de haber sido arropada por las aguas: «Una teoría que estamos estudiando es que la mayoría de la población de esta civilización antiquísima se dedicara a la manufactura y al comercio. Esto, porque encontramos rastros de enormes estructuras aparentemente dedicadas a la compraventa de bienes –llamémosles ‘centros comerciales’– y a juzgar por el tamaño, cantidad y evidente popularidad de estos, tiene que ser cierto que la gran mayoría de los sanjuaneros se dedicaban a la manufactura. ¡Sería ridículo que hubiera tantos ‘centros comerciales’ sin que nadie estuviera produciendo localmente lo que ahí se vendía! O sea, ¿qué tipo de economía sería esa?», preguntó Lavoie riendo.
Los arqueólogos marinos también hallaron bajo las aguas «coloridos petroglifos creados con algún tipo de pintura de aceite» decorando las paredes de muchas de las edificaciones, con extraños diseños y crípticos mensajes tales como «Beba puta» y «Papo pato». A pesar de que dichos símbolos denotan que la civilización sanjuanera poseía «al menos un sistema rudimentario de grafía», los estudiosos no hallaron evidencia de que esta hubiera dominado la escritura en papel, una teoría sustentada por la marcada inexistencia de locales donde se vendiesen libros.
«¡Quién sabe cuántas otras maravillas encontraremos en las profundidades de esta mitológica ciudad perdida!», se preguntó Lavoie con curiosidad intelectual. «¿Evidencia de grandes filósofos y pensadores? ¿De hombres de estado intelectuales y de avanzada? ¿De una majestuosa civilización organizada y moderna con igualdad de derechos para todos? ¡Cuántos misterios por resolver! Por ejemplo, ¿quiénes eran ‘Agapito’ y ‘Milhouse’, y por qué eran ‘igual de mamalones los dos’? ¡Estoy seguro que mientras más investiguemos, más prodigios averiguaremos sobre esta antiquísima utopía caribeña!», exclamó el arqueólogo inocentemente.