La natimuerta y diáfanamente inconstitucional propuesta de ley es el nuevo intento de Charbonier de inmiscuir la religión en la función gubernamental. En efecto, ante preguntas de que si esta ley permitiría a empleados del registro público rehusar emitir certificados de matrimonio a parejas del mismo sexo, Charbonier replicó: «Pues, ¡duh! ¿Para qué carajo ustedes creen que perdí tiempo de mi ajetreado día de ocupar espacio y ser completamente prescindible escribiendo esta ley, si no es para tratar de hacerle la vida cuadritos a una población minoritaria que me cae gorda? Es más, a mi entender esta ley permitiría que un empleado rehúse emitir certificados de defunción a homosexuales (si querían morirse, ¿quién los manda a ser homosexual?), registros de la propiedad (si quieren seguir ese cochino estilo de vida, ¡que se acostumbren a vivir debajo de un puente!) o hasta actas de nacimiento (¡uno nunca sabe si uno de esos bebés pueda ser un gay encubierto o una lesbiana en ciernes!). El punto es que nadie es más conservadora que yo: ¿oyeron eso, chequeras de adinerados reverendos evangélicos?».
«Si seguimos la ‘lógica’ de Tata», explicó Miguel Sárraga, líder del grupo «Saca a tu Mago Celestial Invisible de mi Gobierno», «estas exenciones deberían aplicar también a todo funcionario público quien no quiera atender a repugnantes legisladores homofóbicos. Como la Corte Suprema federal ya adjudicó como inconstitucional el realizar ‘pruebas religiosas’ a los funcionarios gubernamentales, nadie jamás sabría qué empleado cree en qué, o cuán fervientemente, y por ende cualquiera puede decir que su religión prohíbe dirigirle la palabra a vejestorios anacrónicos que ya deben retirarse en vez de seguir dando paleta –¡mucho menos emitirle un sello en la Colecturía! Al fin y al cabo, si Tata cree que lo que nos une como puertorriqueños es el odio de unos sectores sociales hacia otros, pues dale, consagremos en nuestras leyes todas las maneras en las cuales podemos manifestar ese desdén mutuo. Por otro lado, si estamos listos para admitir que lo que nos une como pueblo es lo mucho que nos gusta el lechón asa’o y cuán jodí’os estamos todos, ¿qué tal si dejamos de perder el tiempo legislando el odio?».