«¡Se acabó el pan de piquito!», tronó iracundo el Maligno. «Desde el día que alguien se inventó esa maldita frase de que ‘la última la paga el Diablo’ no he dejado de costear las deudas de los prestatarios irresponsables que se la pasan cogiendo fia’o lo que saben que nunca podrán pagar en vida. ¿Por qué tengo que ser yo el responsable de cuanto vividor jaiba haya parido madre? ¡Se supone que los humanos tengan pavor al pensar en mi nombre, no que piensen en mí como un pariente adinerado y blandengue que siempre está dispuesto a sacarlos de aprietos económicos!», exigió el Príncipe de las Tinieblas mientras llenaba cuidadosamente unos formularios legales en triplicado.
«Miren esto nada más», pidió Satanás señalando a una enorme pila de papeles en el escritorio de su oficina. «Todas esas son cuentas con retraso de líneas de crédito que un chorro de malparidos dejaron pendientes cuando estiraron la pata. Esta aquí es de un chamaco que dio un tarjetazo para comprarse dos televisores plasma Samsung de 65». ¡Ay, chus! ¡Nada de Funais marca caravelita para Mr. Jaijóyet! Y esta otra cuenta es de una doña que cogió un préstamo que sabía que no podría pagar para darse un viaje a París y hacerse de una cartera Britto de marca –¡no hay por qué comprar chiperías pirateadas en el Paseo de Diego, cuando es con chavos ajenos! Si no me declaro en bancarrota, no sé cómo podría pagar todas estas obligaciones post mortem. ¡Al menos tengo la ventaja de tener muchos buenos abogados financieros de los cuales escoger acá abajo en el Infierno!».
Por su parte, las millones de personas que viven en una deuda perpetua se encogieron de hombros al escuchar la decisión del Maligno: «¿A nosotros qué nos importa quién termine pagando nuestras deudas después que nos lleve Pateco? ¡Después que no tengamos que pagarlas nosotros!».