«Había un tiempo cuando caballeros te aguantaban tu abrigo y cartera para que pudieras estar cómoda. Ahora ni el asiento te dan. En verdad no entiendo. ¿Cuándo exactamente murió la caballerosidad? ¿Qué les cuesta cederte el banquillo pa’ que puedas tirarlo todo ahí?», preguntó Mireya, chica indignada en algún pub del mundo.
«No, papi. De ninguna forma. Yo sé cómo brega la cuestión», aseveró César, uno de los pocos hombres afortunados que tenía asiento en la barra, rodeado por ambos lados de asientos llenos de abrigos y carteras. «Mira, si cedo el asiento y se sientan, chévere. ¿Quién no quiere ser un caballero? Pero… ¿esto, brother?», cuestionó mientras señalaba a la fila de asientos que solo sentaban inanimados artículos femeninos hacia ambos lados.
«¿Viste los coat hangers vacíos en la entrada? ¿Ves la zafra de ganchos pa’ carteras vacíos aquí debajo del counter? ¿Qué está pasando?», continuó el sabio divorciado. «No, papá, mejor me quedo sentado tranquilito con mi cervecita y me hago el loco. ¡Salud!», exclamó, mientras varios hombres jamones que solo querían darse una fría sentados tranquilos en la barra lo miraban con envidia parados en sus esquinas.
Tratamos de conseguir la opinión de estos caballeros, pero todos estaban intensamente velando la güira pa’ poder sentarse tan pronto alguna chica agarrara su abrigo y cartera y dejara su banquito libre.