La semana pasada se celebró en Escocia un referéndum para decidir si esta quería seguir perteneciendo al Reino Unido o no –un resultado que el gobierno británico hubiera acatado si la mayoría del pueblo escocés hubiera votado de esa manera. Alentados por esta democrática postura del gobierno central británico –que contrasta con la actitud más bien apática del gobierno estadounidense para con Puerto Rico– los cabecillas del PIP han decidido que «la mejor manera de lograr la independencia de la Isla es que primero nos hagamos parte del Reino Unido y luego exijamos un referéndum como el de Escocia». Para los líderes independentistas el hecho de que la Isla sea parte de los Estados Unidos no impediría que se una al Reino Unido: «Si un buen día alguien en Washington viese un mapa del Caribe que tuviese a Puerto Rico del mismo color que las Islas Vírgenes británicas, seguramente ni se daría cuenta».
Rubén Berríos Martínez, presidente cuasivitalicio del PIP, explicó que «aunque llevo güelemil años al frente de este partido tratando de lograr la independencia para Puerto Rico, jamás nos hemos acercado a nuestro ideal de darle un foquetazo al Imperio Yanqui y poder, finalmente, fastidiar nuestros propios asuntos sin injerencia exterior. Al fin y al cabo, desde Washington solo nos han llegado mandatos, bombazos, y visitas de candidatos presidenciales quienes se acuerdan de nosotros cada cuatro años y nos visitan solamente para pedirle chavos a gente que no puede ni votar por ellos. Cada vez que traemos a colación el asunto del estatus, el presidente de turno nos asegura que acatará la decisión de los boricuas –sabiendo perfectamente bien que el Congreso está lleno de legisladores de profesión que no tienen el más mínimo interés de cambiar el statu quo, ya sea enfogonando a millones de puertorriqueños en el méinland si nos dieran la independencia; o enfogonando a millones de conservadores racistas si nos dieran la estadidad. Y si la manera más fácil de lograr nuestra autonomía de una buena vez y por todas es primero convirtiéndonos en súbditos británicos, solo tengo dos cosas que decir: ‘God save the Queen!‘ y ‘Pardon me, would you have any Grey Poupon?‘».
La estrategia independentista contará de distintas fases: la primera será convencer al Reino Unido de que necesita otra dependencia ultramarina, usando la lógica de que «lo único que se le puede regalar a una reina que lo tiene todo es una islita caribeña llena de súbditos hispanoparlantes»; la segunda fase será concertar el traspaso del dominio de la Isla de manos estadounidenses a manos británicas (algo que, según Berríos, «se podría lograr fácilmente si lo programamos durante el güikén del Super Bowl, cuando los gringos estarán pega’os al televisor y enajenados del mundo exterior (bueno, más de lo usual)»; y la tercera fase será convencer al parlamento británico de que debe permitirle a Puerto Rico decidir su propio destino (contando con que «el encanto de poseer otra paradisiaca islita caribeña cederá rápidamente ante la cruel realidad de tener que bregar con nuestros políticos incompetentes; con boricuas que no quieren aprender inglés; y con el reguero de mosquitos cundí’os de dengue y chikungunya»).
Al cuestionarle a Berríos si no había olvidado que también tendría que convencer a los casi cuatro millones de puertorriqueños que actualmente no favorecen la independencia de la Isla, el líder pipiolo replicó: «Ay, chico, esos son detallitos menores: ¡no vengas ahora tú a aguarme la fiesta con preguntas sensatas!».