El rey Juan Carlos ascendió al trono el 22 de noviembre de 1975, por lo cual lleva ya casi cuatro décadas ejerciendo el fino arte de parecer regio e imprescindible cuando en realidad no es más que un maniquí inútil viviendo la buena vida a costa del pueblo español. Luego de pasar sus últimos años perfeccionando el rol de «viejo cascarrabias a quien nadie se atreve contradecir«, el monarca decidió que ya era hora de renunciar al trono para que su hijo Felipe, de 46 años, lo sucediera, y pudiera al fin poner en práctica su aptitud por vivir del cuento y ser esencialmente irrelevante.
El Príncipe de Asturias nació el 30 de enero de 1968 y fue bautizado oficialmente con el interminable apelativo de Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia (en un acto de egoísmo nominal que dejó a miles de bebés españoles varones sin nombre por varios años). Hasta la fecha sus únicas responsabilidades han sido: figurar en la gran mayoría de las portadas de la revista cotillera «¡Hola!»; practicar deportes de riquitillo mimado tales como squash, esquí y deporte de vela; y no dar un tajo ni en defensa propia –destrezas que, según sus súbditos, el príncipe domina «de puta madre».
Grupos antimonárquicos españoles rápidamente aprovecharon la abdicación del rey Juan Carlos para exigir un referéndum nacional para que el pueblo indique si desea continuar la monarquía. En respuesta a dicho movimiento, el príncipe Felipe replicó airado: «Yo no he pasado toda mi vida secretamente esperando el momento en que mi padre estire la pata para que venga una horda de gilipollas envidiosos y me destrone antes de ni siquiera haberme puesto la corona en la cabeza. De cierto os digo que no me quedaré de brazos cruzados mientras me arrebatan de las manos el trabajito más fácil y lucrativo del planeta. ¡No os vistáis, que no vais!», sentenció el futuro monarca con un atisbo de la actitud cascarrabias de su padre.