El antropólogo Amed Acosta fue el primero en hallar el enorme yacimiento de aparentes coprolitos en la ciudad capital. «Imagínense ustedes mi emoción», contó el también arqueólogo, «cuando, escondidas dentro de una enorme cueva hecha de mármol, encontré docenas de antiquísimas heces fecales en perfecto estado de preservación. Sin embargo, ¡cuál no fuera mi sorpresa, al realizar análisis más minuciosos, cuando me percaté de que la estructura de alabastro se trataba del Capitolio, y los enormes coprolitos eran nuestros legisladores en plena sesión! Tuve que estudiar los especímenes con mucho detenimiento para advertir que, aunque parecían inmóviles fósiles hechos de estiércol, se trataba de inmóviles seres humanos hechos de estiércol. En realidad creo que nadie podría culparme por la confusión: ¡tuve que observarlos por más de media hora antes de que uno de ellos se moviera un poquito!».
Acosta lamentó que lo que originalmente creyó sería el hallazgo del siglo resultara ser algo mucho menos impactante: «O sea, haber dado con una veta de arcaicas heces fecales petrificadas en San Juan hubiera podido arrojar luz sobre un sinnúmero de datos sobre la vida y las costumbres de las civilizaciones precolombinas que habitaban el norte de la Isla antes de que los españoles las acabaran con sus enfermedades, sus armas de fuego y su prepotencia católica. ¡Pero el hecho de que el Capitolio está repleto de un chorro de mojones inertes, eso lo sabe to’ el mundo!».