«¿Por qué mi banca está seca?», se lamentó quejumbrosamente el senador Miguel Pereira. «Miren nada más este asiento que tengo aquí en el hemiciclo, tan mullidito y meable. ¿En serio ninguno de estos maestros quiso vaciar su vejiga en mi escritorio, tan accesible y poco vigilado? ¿Qué, no valgo na’, es?», preguntó el legislador, visiblemente ofendido. «Voy a dejar mi bufandita aquí en la silla y voy a tomarme un cafecito por los próximos diez minutos… ¡y cuando regrese, más vale que to’ esto aquí huela a garita de El Morro o a cuneta santurceña!».
El senador de la minoría Thomas Rivera Schatz estaba ahogado en lágrimas, y entre sollozos se le oyó lamentarse que «con lo mucho que boté a medio mundo de las gradas cuando yo era presidente del senado, y con lo sangrigordo y prepotente que soy, ¿¡y nadie aprovechó la ocasión para mearme la silla!? ¿Qué tiene que hacer uno para que un ciudadano cafretón y posiblemente incontinente te bautice el escritorio?». Por su parte, Eduardo Bhatia, el actual presidente senatorial, estaba igualmente afligido de que ninguno de los manifestantes lo haya seleccionado a él como blanco de vandalismo úrico: «¡Jelou, yo soy el que manda aquí! ¿Cómo van a pintarle de amarillo la banca a Aníbal José Torres y no a mí?». Bhatia prometió que empezaría a repartir botellas de agua fría a los manifestantes en las gradas y que cerraría las puertas del hemiciclo: «Aquí adentro no hay baños, ¡así que tarde o temprano espero que alguien tenga la decencia de mostrarme su desdén meándome el escritorio, como Dios manda!».