Los antiquísimos muros, hartos ya de mostrar su más de trescientos años de edad, decidieron someterse a una peligrosa intervención quirúrgica que los haría ver como «unas lozanas y juveniles murallas de apenas un siglito». Aunque muchos historiadores tildaron el lavado a presión de «innecesario», «irresponsable» y «súper ridículo», el veleidoso murallón insistió que la cirugía plástica era indispensable para su autoestima y para poder atraer el turismo a la Isla, «porque nadie quiere visitar una fortificación de la época colonial que luce como un vejestorio de los 1600s«.
«¡Nos vemos regias!», declararon las murallas observando coquetamente su reflejo en las aguas de la Bahía de San Juan. «Ya ni recordamos la última vez que nuestra superficie lució tan limpia y clara: por los últimos siglos hemos estado cubiertas de una pátina mugrienta que nos hacía ver como edificios de gobierno de países tercermundistas. ¿Quién diría que hemos cumplido ya nuestro tricentésimo aniversario, cuando ahora parece que somos de Muñoz Marín pa’cá?», preguntaron orgullosamente mientras un borracho descargaba su vejiga en una esquina del Paseo de la Princesa.
La agencia de cosmetología arquitectónica D’Nouvelle D’Estétique D’Eau À Pression fue la responsable de llevar a cabo la cirugía plástica de las murallas del Viejo San Juan. Su dueña y gerente, Éloïse-Hélène Pagán Ramírez, explicó que su patentizado método de «remoción de impurezas calcáreas» fue capaz de «erosionarle siglos de historia» a la ajada faz de los muros, y completamente transformar su cutis de un «Carlos Romero Barceló llegando a Edward James Olmos» a un «Nydia Caro en los ochentas». «No importa que en el proceso se hayan ido a juste pedazos de muralla que han formado parte de la historia del Viejo San Juan por siglos», aseguró Pagán Ramírez. «¡Lo importante es la belleza, y la belleza duele!».