La quizá no sorpresiva admisión de Milagros Charbonier implica que esta no ha cumplido debidamente su labor como representante de leer los proyectos de ley, sopesar sus pros y sus contras, y luego votar por ellos esmeradamente, optando por el contrario por votar a tontas y a locas (o al menos ciertamente «a tontas»). Fuentes cercanas a Charbonier aseguran que su apática actitud ante su deber legislativo no es tan mala como podría parecer a primera instancia, dado que «un voto concienzudo y mesurado de Tata es virtualmente indistinguible de un voto a ciegas y a wipipío».
«No veo cuál es el show«, se defendió Charbonier al enterarse del enfado de los ciudadanos que no la enviaron al Capitolio a echarse fresco y comer jobos. «Para votarle en contra a un proyecto de ley no me hace falta leerlo: me basta con que sea de la autoría de algún trapo de popular; que de alguna manera pueda beneficiar a miembros de la comunidad LGBTT; o que sea de más de dos páginas –¡porque la madre mía va a perder tiempo leyéndose un mamotreto!». La analfabeta aficionada añadió: «Yo soy completamente consciente que para ser un legislador mediocre no hay que pasar trabajo… ¡y pa’ no pasar trabajo, yo!».