La inauguración de la primera tienda de la cadena «Victoria’s Secret» del Caribe causó furor en la Isla el día de ayer (en lo que es quizás la más acertada metáfora de lo mal que vamos en Puerto Rico). Cientos de personas hicieron fila para acceder a la famosa tienda de lencería con el propósito de, en palabras de una de las clientas, «novelear, figurear, y no comprar tres carajos, ¡porque la madre mía va a pagar cien billetes por un trapo de panty que no me sirve ni en la muñeca!».
«Victoria’s Secret» es la tienda de ropa cuyos locales han por años mantenido a las corbejas estadounidenses (casi) vestidas en la más fina lencería (a la vez que sus catálogos han mantenido a los muchachos adolescentes suplidos con el más fino material onanístico). Sin embargo, no fue hasta que la cadena hizo su primera aparición en el Caribe que el secreto de la epónima Victoria se reveló por fin: que no es más que una presentá’ que se da la vuelta por los centros comerciales a estar donde está el revolú pero sin gastar dinero en pantaletas de prosti high class.
«No nos importa que el secreto de Victoria se haya hecho público», aseguró tranquilo Hugh Flynt, presidente de la multimillonaria compañía. «En algún momento alguien se iba a dar cuenta que Victoria no luce como las mámises super ricas que aparecen en las portadas de nuestros catálogos, sino más bien como cualquier hija de vecina que le gusta fantasear que podría servirle nuestra ropa íntima (pero que sabe si algún día tratase de ponérsela, le cortaría la circulación). Tampoco nos quita el sueño que muchas mujeres se enteren de que nuestra mercancía es tan cara que solo la compraría un jefe que trata de seducir a su secretaria, o un marido pegacuernos para que su mujer no se entere. Sin embargo, lo que sí nos preocupa es que estas boricuas jaibas han descubierto el secreto mejor guardado de todos: ¡que ir a la tienda solo para curiosear sin aflojar billete es completamente gratis!».