El anuncio de que se estarían cerrando 184 escuelas de diferentes municipios –publicado el Día del Maestro para llevar el grado de troleo a niveles épicos– sorprendió a muchos puertorriqueños, quienes ilusamente pensaban que se necesitaban «escuelas», «maestros» y «salones de clase» para educar a nuestros jóvenes. «¡Esos son cuentos de camino!», aseguró Keleher. «Si hay algo que todo puertorriqueño está de acuerdo, es que nuestros niños están DEMASIADO educados y DEMASIADO preparados para poder ser exitosos en el futuro. ¿Cuál es el show con tener tantas escuelas por to’s la’os en Puerto Rico, como si fueran iglesias evangélicas o puntos de droga? ¡Ay, ya, los más que quieren proveerle acceso a la educación a sus niños! Ay, mere…».
Al tirar números y convencerse de la gran cantidad de dinero que se ahorrarían al cerrar tantas escuelas y botar a tantos maestros, el gobierno de turno se convenció de que se economizarían aún MÁS chavos si simplemente las cierran todas. «No, esto no quiere decir que nuestros niños dejarán de gozar de la educación de primera que siempre han tenido», se defendió la secretaria. «Solo quiere decir que estarán to’s apiñona’os de lunes a viernes en el Choliseo, aprendiendo todas sus materias a la vez y rodeados de miles de nenes de alrededor de toda la Isla, en medio de un salpafuera ensordecedor que será mitad ‘Concierto de Calle 13’ y mitad ‘Plaza del Mercado’. ¡Lo bonito es que aprenderán igual de bien de como están aprendiendo ahora!». Keleher, sin embargo, no dio detalles de cómo se podría, en efecto, educar a tantos estudiantes en esas sardinezcas condiciones: «Por Dios, ¿les parece que estamos en las de pensar en algo allende a cómo satisfacer a los bonistas? ¡No me pregunten ni qué hay más allá de mi nariz!».
Al preguntarle a la secretaria de Educación cómo niños de municipios más lejanos serían capaces siquiera de llegar al Choliseo por la mañana, para luego regresar a sus casa después de las clases, esta replicó: «¡Qué sé yo! ¿Quién los manda a vivir en La Isla?».