Alexandria, Luisiana – Decenas de muertos, cientos de heridos y miles desaparecidos fue el saldo que dejó el paso del huracán Gustav en esta región sureña el pasado lunes, luego de que cerca de 2,700 refugiados huyeran despavoridos de los asilos temporeros a los que habían sido movilizados al percatarse de que las facilidades sanitarias en dichos establecimientos estaban fuera de servicio. Los refugiados prefirieron enfrentarse a las implacables marejadas ciclónicas de al menos 15 metros de altura, a los devastadores vientos de 150 kilómetos por hora, o cualquier otro mortífero efecto del huracán, antes que compartir un mismo cuarto con cientos de personas que comieron gumbo, Southwestern Chili-cheese Meatloaf, Pavo relleno de pimientos o cualquier otro tipo de comida cajún durante la última semana.
La imagen de radar muestra en rojo la gran actividad ciclónica en forma de ráfagas de vientos de al menos 125 kilómetros por hora en áreas aledañas a los refugios en Luisiana, en momentos en que el huracán Gustav atacaba las costas de Jamaica. Con esos «truenos», nadie durmió
Las autoridades del estado de Luisiana revelaron que la plomería de todos los asilos colapsó inexplicablemente a escasos minutos de haber llegado el primer grupo de refugiados, por lo que les fue imposible prevenir el desastre ocurrido: «Todo estaba preparado para recibir gente, pero tan pronto comenzaron a llegar los refugiados con sus respectivos calderos de gumbo sentimos que algo andaba mal: no sé cómo explicarlo. El peligro como que se sentía en el aire«, explicó Genevieve Arnaud, directora regional del Programa de Manejo de Emergencias de Luisiana. «Recuerdo que como diez minutos después de que que algunas de las personas se comieron sus platos de gumbo y de cacerolas de pollo sureño extra spicy con habichuelas rojas, se comenzaron a escuchar los truenos de la tormenta, pero me pareció que la gente todavía estaba tranquila, porque luego de cada trueno lo que se escuchaba era a algún refugiado reírse tontamente», relató la funcionaria. Al preguntársele cómo fue capaz de mantener la calma bajo tales circunstancias, Arnaud explicó entre tontas risitas que ya está acostumbrada a este tipo de fenómeno natural.
Un suculento gumbo de mariscos, carne de cerdo, vegetales, y esencialmente todos los ingredientes expirados que la cocinera encontró en su alacena. Siguiendo el método clásico de presentación, este gumbo fue servido con pan criollo, en su tradicional cubo de mapear (se desconoce si la cocinera descartó el agua con King Pine con la que mapearon la cocina minutos antes)
La funcionaria aseguró que fue en ese momento que un joven refugiado se percató de que los servicios sanitarios no servían, lo que desató el terror entre los refugiados: «Tan pronto el mozalbete entró corriendo al local gritando que los baños no servían, la gente se inquietó. ¡Y entonces como de la nada comenzaron a escucharse truenos, rayos y centellas, y se formó un salpafuera del cará’! To’ el mundo empezó a correr como alma que lleva el Diablo», relató Arnaud visiblemente alterada. «Aún no sabemos qué pasó, porque todavía faltaban como cinco horas para que Gustav tocara Luisiana. Todo esto huele mal», dijo Arnaud, demostrando un gran olfato investigativo.
Por su parte, algunos sobrevivientes pintaron un cuadro dantesco en los refugios y aseguraron que nunca antes habían vivido momentos tan terribles como los del lunes: «Yo sabía que esto sería una calamidad peor que la de Katrina. ¡Sólo había que ver el tamaño de los calderos que la gente estaba trayendo al refugio!», expresó Emile Derneville, uno de los sobrevivientes del fenómeno. Derneville se mostró sorprendido ante información oficial en el sentido de que al azotar Luisiana ya Gustav no era más que una tormenta tropical y no un huracán: «Yo leí lo que dicen los periódicos, pero no lo creo para nada. Aquí lo que se sintieron fueron vientos huracanados de al menos 175 kilómetros por hora. ¡Y mejor ni te describo lo duro que sonaban esos truenos! ¡Fue horrible!», dijo con rostro compungido. Derneville explicó que no huyó del refugio como la mayoría de las personas porque no encontró un bote en el que zarpar a las decididamente más apacibles aguas del Golfo de México: «Si hubiese tenido un botecito, o al menos una yolita aboquetada, me iba rumbo a Haití o Jamaica, o cualquier otro lugar en donde el huracán no hubiese causado los estragos que causó aquí. Maldito gumbo«, dijo el valiente sobreviviente. Al preguntársele si no pensaba que permanecer en el refugio era más seguro que zarpar al encuentro de Gustav en medio del Golfo de México, Derneville contestó: «¡Cajunes, es! Hasta en un dinghy me tiraba si aparecía uno».
Un grupo de refugiados huye de las fauces de la muerte en los refugios de Luisiana, con la esperanza de refugiarse en las apacibles brisas del huracán Gustav
A pesar de la magnitud de la tragedia, Arnaud defendió su decisión de escoger asilos sin servicios sanitarios, y aseguró que los servicios de emergencia resultaron superiores a los ofrecidos durante el paso del huracán Katrina: «Aquella vez lo que conseguimos como refugio fue un enorme Coliseo con un techo que filtraba. ¡Por poco terminamos matándolos dentro del refugio! Al menos ahora el techo no fue el problema», explicó Arnaud. «Además, los inodoros portátiles que instalamos durante Katrina no funcionaron muy bien», dijo, sin identificar en qué parte del Golfo de México cayeron cerca de trescientos usuarios de las convenientes pero demasiado livianas unidades utilizadas en las afueras del SuperDome durante el paso de Katrina. «Lo que sí te aseguro es que pudo haber sido mucho peor: pudimos haber estado en México. ¿Tú te imaginas tener a tres mil mexicanos encerrados en este refugio luego de comer burritos de habichuelas con pico de gallo? ¡Categoría cinco, sin duda! Ahí sí que nos hubiese arropado», dijo, sin explicar de qué material estaría hecha la sábana a la que se refería.