«Si ninguna de la información sobre los candidatos que he escuchado durante los pasados meses me ha ayudado a formar una decisión, a estas alturas nada lo hará», explicó Luz María Ramírez, una de las míticas criaturas conocidas como «votantes indecisos», mientras ejercía su derecho al voto. «Cuando me encuentro en este tipo de encrucijadas cognoscitivas, recurro al inequívoco método de jugar tin marín de do pingüé con los nombres de los distintos candidatos y eso siempre me da una respuesta. Antes lo que hacía era cerrar los ojos y apuntar con el dedo en algún lugar de la papeleta, pero un año terminé poniendo una sola cruz bajo el sello de la Comisión Estatal de Elecciones — ¡aunque ahora que lo pienso, ese no es el peor voto que pude haber emitido!».
«Confieso que hasta que entré a las urnas, no sabía por quién iba a votar», admitió Martín Flores, otro de los indecisos, sin intimar por quién votó después de todo. «No sabía si iba a votar por el que se parece a Milhouse que dijo que no iba a botar a nadie y terminó botando a miles; por el cabecihueco que cuando le hacen una pregunta difícil solo sonríe y le tira a Milhouse; por el tipo con la esposa que está out of his league que por alguna razón cree que Puerto Rico puede ser autosuficiente; por el gordito que se parece a Gimli y que habla como mi profesor de historia de la universidad; por el negrito que se le prendió el diablo cuando Milhouse puso los molinos de viento en los tomates; o por el calvito sin cuello que mandó a volar a La Comay. ¡Un año de estos me podré graciosito y escribiré ‘Ninguno de los anteriores’ en el encasillado de write-in, para terminar de demostrar mi desdén por el proceso eleccionario!».
Otros electores vacilantes explicaron que llegaron a considerar usar el método anglosajón «eenie meenie miney mo» para elegir a un candidato, pero admitieron que después de todo el método «tin marín de do pingüé» es superior «porque la verdad es que, no importa a quién escojamos, ¡al fin y al cabo es cierto que ‘títere fue’!».