Una enmienda a la nueva Ley de Transformación y Flexibilidad Laboral, de la autoría de Milagros «Tata» Charbonier, le impondría una multa de hasta $5,000 a patronos quienes rehúsen acomodar las expresiones religiosas de sus empleados. «Estoy sumamente contenta de que, después de tantos siglos de opresión, los cristianos puertorriqueños finalmente estén siendo tomados en consideración», expresó Charbonier. «No basta con que uno no pueda guiar cinco minutos en Puerto Rico sin encontrarse con alguna iglesia, o que actos oficiales comiencen con invocaciones religiosas: ¡tenemos que asegurarnos que si algún creyente quiere enhocicarle su devoción a sus compañeros de trabajo, que este pueda orar a to’a boca en la oficina sin que el jefe venga con majaderías de que ‘esto no es una iglesia’ o ‘¿por qué no oraste en tu casa?’ o ‘aquí trabaja: reza en tu tiempo libre’!».
A pesar de que diáfanamente esta trolística enmienda se concibió exclusivamente pensando en los cristianos, grupos de religiones minoritarias rápidamente se asieron a los nuevos derechos de los cuales ahora gozan. «¡Me parece tremenda idea!», exclamó Antonio «Toño» Couvertier, oriundo de Loíza y conocido por sus prácticas de santería. «Ahora finalmente podré sacrificar un macho cabrío en el break room del CESCO de Bayamón donde trabajo antes de comenzar mi jornada. ¡Y más vale que mi jefe Héctor, quien siempre me critica porque dizque dejo sucio el microondas, no me venga con que ahora el cuarto hiede a chivo, que hay sangre por todos lados o que le comí todos sus Activia, porque lo demando más rápido que ligero!».
Eulalia Torres, otra asidua seguidora de la santería y empleada de Hacienda, igualmente declaró su intención de ejercer sus creencias en la oficina: «En cuanto llegue a mi escritorio cada mañana, lo primero que haré será exsangüinar un gallo para que las Siete Potencias me ayuden a procesar los formularios 480.1(SC), 480.2(EC) y 480.8(F) del día». Por otro lado, Luis Fernández, quien trabaja como contable en la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados, explicó que, como creyente en el satanismo, espera «que nadie me venga con vainas si me paro en el medio de la oficina y leo en voz alta pasajes de nuestros textos sagrados, tales como La Biblia Satánica, el Necronomicón o cualquier cosa de Paolo Coelho».
Ante dichas expresiones, Tata Charbonier advirtió: «¡Yo no fastidié por tantos años con este temita de los derechos religiosos para aguantar ahora herejías diabólicas, o peor aún, para que se me pare al lado algún talibancito de esos y rece en dirección a la Meca cinco veces al día! A estos crédulos que se dejaron engatusar por esas ridículas creencias fatulas les digo una cosa: ¡no se vistan en sus togas ceremoniales, que no van! Además, ¿¡por qué simplemente no sacrificaron un macho cabrío antes de ir a la oficina!?»