La pobreza imaginaria es un mal que aqueja a una cantidad desmesurada de puertorriqueños, quienes no dudan en pregonar en voz alta su indigencia mientras se toman un caffè mocha de Starbucks y guían su carrito del año. «¡Claro que yo soy pobre! ¡No tengo ni en qué caerme muerto!», exclamó ofendido Nataniel Ordóñez desde la protección y seguridad de la sala de su casa, la cual, a pesar de su alegada menesterosidad, no era una caja de cartón debajo de un puente. «Cuando estaba en la Iupi, por ejemplo, el cheque de la Pell apenas me daba para cubrir la comida, el hospedaje, y los libros. ¿Cómo puede alguien vivir en esas condiciones?», preguntó con lágrimas en los ojos, quizás desconociendo cómo millones de personas alrededor del mundo se conformarían felizmente con solo la primera de esas tres cosas.
Miguel José Narváez, director de la Oficina de Asuntos Económicos de Puerto Rico, fue quien propuso el proyecto «Pa’ Que Te Quejes Con Ganas», que obligará a los boricuas con vidas cómodas que más se quejen de ser pobres a confrontar la verdadera penuria en otros países. «Hay gente en Puerto Rico que sí está –si me permiten usar un término técnico de los economistas– bien jodí’a», explicó Narváez. «Sin embargo, la mayoría de las veces la gente que se oye por la calle cantándose pelá’ pa’ que le cojan pena sufren, como mucho, de una ligera estrechez pecuniaria. Quizás no tienen el carro que desean, o no pudieron comprarse el PlayStation 4 cuando salió, o solo pueden viajar a Disney cada cuatro años. Pero tú comparas eso con los niños que andan descalzos y malnutridos y que mueren de enfermedades prevenibles porque no tienen agua limpia para beber, o dinero para ser atendidos por un médico, y, bueno… ¡como que te dan ganas de mandar a estos quejones a la mierda, ¿verdad que sí?!».
La primera fase de «Pa’ Que Te Quejes Con Ganas», según Narváez, llevará a los elegidos a distintas regiones de la República Dominicana y Haití, «pa’ que no digan que hay que viajar muy lejos para ver gente verdaderamente viviendo en la prángana». Cuando eventualmente puedan apreciar que no poder costear DirecTV y no tener tennis de marca no constituye, estrictamente, «estar en un gas llegando a petróleo», los sujetos podrán regresar a sus vidas relativamente privilegiadas en Puerto Rico, donde podrán permanecer «hasta que los volvamos a escuchar alardeando de su pelambrera». Ciudadanos reincidentes serán enviados a distintos países africanos donde la gente muere de males ya erradicados en países occidentales, «para que entiendan que la marca definitiva de ser verdaderamente pobre es morirse sin que a nadie con la potestad de ayudarte le importe un soberano carajo».
«Ay, Virgen, a la verdad que la ignorancia es atrevida», confesó avergonzada Marisol Arellano, una de las participantes de la fase piloto del programa gubernamental quien visitó una región de Haití que aún no se ha recuperado del terremoto de hace cuatro años. «Yo viviendo en mi casita pequeña y sencilla siempre me sentía pobre, pero aunque el dinero no nos daba para lujos, mis nenes siempre iban a la escuela por las mañanas y siempre tenían qué comer por las noches. Sé que nunca jamás podré volver a quejarme de mi situación económica sin acordarme de todas esas viviendas destruidas y a esos pobres nenes durmiendo en tiendas de campaña de lona. Ahora sí, hablando claro, que conste que no dejaré de hablar pestes de los riquitillos comemierda que miran por encima del hombro a quienes trabajamos de sol a sol para vivir siempre al borde de la quiebra –¡algún gustito tengo que seguir dándome en esta vida!».