«¡Y si dividimos el número de gente que votó por la estadidad entre un número que se aproxime a cero, pues verán que un número infinito de personas exige la estadidad para Puerto Rico!», gritó el comisionado residente a la butaca vacía detrás de él, para reforzar su adorable teoría de que la estadidad es la fuerza predominante en Puerto Rico. «Díganme, compañeros y compañeras sillas que no componen na’: ¿cuánto tiempo más debemos esperar para que se nos conceda otro plebiscito avalado por el Congreso que no compondrá nada? Les exijo que escuchen el reclamo a este número de puertorriqueños que apoya la estadidad dividido entre un número que aproxima a cero. ¿Y podría alguien decirme si hay por ahí algún miembro de la prensa boricua que esté cubriendo cómo estoy fronteando? Ah: ¿El Nuevo Día está por ahí? ¡Gracias!», expresó mientras observaban silenciosos los fríos asientos vacíos que gozan de la misma influencia y poder del voto en el Congreso que él.
El discurso acabó tan pronto el Portavoz de la Cámara, John Boehner, entró por la puerta y ordenó que se le quitara el micrófono «al marroncito inmigrante ese con chaqueta».