Estos controversiales centros de erradicación de la homofobia, que operan mayormente como campamentos de verano para adolescentes, emplean distintas técnicas de reeducación, entre estas: familiarizar a sus pacientes con personas homosexuales para que vean que no son tan diferentes de ellos; inculcarles el sentido de respeto que todos los humanos debemos tener por las diferencias ajenas; y enseñarles que ellos no son quiénes para estar opinando sobre, ni mucho menos condenando, la vida de los demás. Por ejemplo, uno de los módulos educativos, titulado «How do you like THEM apples?«, expone a los jóvenes homófobos a cómo se siente que otras personas te hagan sentir que no vales nada, para que así entiendan el daño psicológico que causan en sus víctimas. «¿Tú me quieres decir a mí que los adolescentes gays tienen que vivir todos los días asediados por mensajes negativos provenientes de sus padres, de sus compañeros de escuela, e incluso de sus propios maestros y líderes religiosos?», preguntó atónico un muchacho que acaba de completar su primera semana en uno de los campamentos. «Ea, diablo, ¡no en balde hay tanta depresión y suicidio entre ellos, si hasta la gente que supuestamente los quiere los trata como mierda! ¡A mí me han gritado ‘gordo bola de manteca’ solo par de veces en la escuela y ya con eso na’ más me quiero pegar un tiro!».
La práctica de enviar jóvenes presuntamente homofóbicos a centros de reorientación mental está convirtiéndose cada día más y más popular entre padres alrededor del mundo, quienes, alarmados al ver la más mínima señal de intolerancia o bravuconería en sus hijos, optan por enviarlos a reformatorios que prometen curarlos de su homofobia. «Un día agarré a mi hijo burlándose de un amigo de la escuela por actuar diferente y llamándolo ‘pato'», explicó el preocupado padre de un adolescente. «¿Qué clase de vida tendrá mi hijo si se la pasará actuando como un guapetón ignorante incluso cuando crezca? Al principio recé por que eso fuera solo una fase, pero ahora entiendo que este tipo de comportamiento hay que corregirlo y arrancarlo de cuajo antes de que se arraigue. ¡Yo no quiero que mi nene sea una de esas personas! ¡Ningún hijo mío va a ser un cochino homófobo!», perjuró con determinación el angustiado padre.
La existencia de estos campamentos que pretenden erradicar la homofobia, sin embargo, preocupa a líderes religiosos de distintas denominaciones, quienes dependen de sus prédicas en contra de la homosexualidad para unir a su feligresía en contra de un enemigo común. «Nosotros debemos ser libres de ser como somos, y no veo por qué tenemos que cambiar nuestro comportamiento o forma de pensar simplemente porque otros lo consideran inconveniente o indeseable», se quejó lastimeramente el reverendo Jonathan Banks, luego de enterarse que muchos jóvenes de su iglesia fueron enviados a «ser curados» de su homofobia. «Déjennos ser como somos y que vivamos en paz, que no le estamos haciendo daño a nadie — claro está, a excepción de los gays cuya existencia deploramos, cuyo comportamiento tachamos de pecaminoso y cuyos derechos intentamos aplastar a diestra y siniestra. ¡Pero ellos no cuentan!».
El reverendo Banks exigió que se legisle en contra de este tipo de reformatorio, que según él «daña las mentes impresionables de nuestra juventud inculcándoles ideas ridículas y retrógradas de ‘igualdad’ y ‘aceptación’ como si ese mensajito totón de ‘paz y amor’ tuviera lugar en una sociedad tan obviamente cristiana como la nuestra». El ministro concluyó añadiendo que esto «no es más que una cacería de brujas contra jóvenes que no tienen la culpa de ser como son ni de actuar como actúan. Ser homofóbico es completamente natural –bueno, no en el sentido de que sea un comportamiento que se dé en la naturaleza, sino en el sentido de que si te enseñan a menospreciar a cierto tipo de persona y a considerar su propia condición humana como pecaminosa, ¡es natural que crezcas odiándolas!».