Hato Rey, Puerto Rico – «Fine Arts Café», el nuevo cine de Caribbean Cinemas ubicado en la Avenida Ponce de León, ha estado recibiendo la visita de unos inquilinos que son desdeñados por muchos de sus clientes de la alta alcurnia: se trata de Ramona y Roger, dos ratas provenientes del Residencial Cuneta De La Ponce De León.
«Somos clientes como cualquiera, no sé cuál es el show«, dijo Ramona, quien declara que sus visitas al cine son un alivio del insportable calor que se siente en la Avenida. «Creo que me merezco ese break y ese friíto del cine. Me paso trabajando en los escombros, buscando comida para mi familia en el zafacón de Burger King frente al cine, y encima de eso tengo que soportar a la gente pasándome por el lado y gritándome: ‘¡Fo, rata asquerosa!’ sin saber que me hieren los sentimientos», comentó Ramona conmovida. Ésta aseguró que ella y Roger son los clientes más antiguos del cine, dado que ellos han estado visitándolo desde cuando estaba en construcción, comiendo de las sobras que dejaban los trabajadores de construcción.
La rata Ramona, quien aseguró que gracias a las sobras de los almuerzos de los trabajadores de construcción fue que le empezó a coger el gusto al mangú
Del tamaño de una caja de fósforo, las salas de «Fine Arts Café» cuentan con butacas totalmente recicladas, rescatadas de las que quedaron de la línea aérea Eastern según fuentes que prefieren mantenerse anónimas. Igualmente cuentan con mesas (ya adornadas con graffiti y con chicle por debajo y todo) donde los clientes pueden poner las chucherías que compran en el área de concesión (tal como empanadillas, pinchos, y de vez en cuando, especiales de vianda con bacalao).
«Acho, por eso vengo pa’cá: además de ser fiebrú de las películas raras, me encanta el menú loco», dijo Roger, quien fue arrojado la semana pasada del cine por éste haberle pedido un canto de Butterfinger a una cliente, quien gritó horrorizada y se desmayó. «Yo sólo quería un cantito de bótelfingel, mano; esa vieja puerca me chotió bien duro», dijo Roger. Por su parte, la presunta «vieja puerca», Geneviève Padua, ripostó: «¿Cómo es posible que le permitan la entrada a estos inmundos animales? Aquí se recibe la visita de extranjeros de todo el mundo y de personas de renombre en la Isla. Por ejemplo, los otros días creo que vi a Nydia Caro de lejitos… ¡A Nydia Caro! ¡Imagínate que ella, con su carita de porcelana y delicada cabellera de azabache, tuviera que presencia una vil rata mientras está difrutando de su película! ¡Ay, me moriría de la vergüenza!», exclamó a punto de desfallecer.
«Miren esa mirada inocente de Nydia Caro», dijo embelesada la señora Padua; «¡Esos ojitos de niña tierna no se hicieron para ver roedores cochinos!»
Nos comunicamos con Robert Caraday, el presidente de Caribbean Cinemas, para obtener sus declaraciones sobre este incidente, pero al identificarnos, éste con voz temerosa y un español bastante matao dijo: «¡¿USTEYDES?! ¡NOU, nou podiendo hablar! ¡Por mí eysa rata pueydey entrar cuantas veces queriendou!», y acto seguido, colgó. En una entrevista con gerentes y empleados del cine, éstos nos cuentan que Roger había amenazado de forma peculiar al señor Caraday si éste le prohibía el paso al cine. En palabras de la misma cafre y reguetonera rata: «Acho, papá, yo cogí al gringo calvo ése y lo puse a mamal de aquí: le dije que si no me dejaba entrar, iba a dar información sobre la carne que él usa para sus pinchos y empanadillas a la prensa, empezando con un primo mío que es uno de los editores de un periódico en el internet, quien de hecho creo que es jefe tuyo, papá», dijo Roger con una risa sátira y de barrio de mala muerte.
La rata Roger, literal y figurativamente alzándosele al señor Caraday mientras lo amenazaba con chotiar la de violaciones a los códigos de salud de la cocina de los cines