«El sueldo de gobernador apenas me da para pagarle a mi estilista», se quejó el gobernador Alejandro García Padilla, añadiendo que «este peinadito de ensueño que siempre luzco yo no se logra yendo a Supercuts, ¿vi’te?». Su necesidad pecuniaria fue lo que propulsó al primer mandatario a buscar un fuente alterna de ingresos, y, viendo cuántos crímenes se cometen a diario por el trasiego de drogas, García Padilla concluyó que podría ser una opción atractiva por ser aparentemente la industria que más boricuas emplea. «Ahora bien, cuando yo decido hacer algo me tiro con to’ y tenis», advirtió el primer ejecutivo, «y no podía incursionar en el mundo del narcotráfico sin conducir un enorme carro americano de bolitero con cristales ahumados — ¡y blindado, preferiblemente!».
El nuevo vehículo oficial del gobernador, un Chrysler 300 negro, le permitirá entrar cómodamente al mundo del trasiego de droga, ayudándolo a lucir de entrada como uno de los jefes altos del bajo mundo. «Yo quiero entrar a este bisnes pareciendo ya uno de los grandes capos, ¿vi’te?, no uno de esos caquitos de bajo rango que se la pasa cogiendo balazos en las calles a diestra y siniestra y saliendo en las portadas de Primera Hora», explicó García Padilla. «Carro americano grande, gafas oscuras, trajes finos… ¡lo único que me falta ahora es adquirir un remunerante imperio de narcotráfico y estoy hecho!».
García Padilla negó rotundamente que su incipiente rol de narcotraficante pudiera impactar negativamente su gesta como primer ejecutivo, intimando que «francamente, mientras menos haga yo en mi rol de gobernador, ¡más sale ganando el Pueblo!».