«Miren, no es que me esté quejando», expresó Jean-Philippe LaGrange, un habitante de la necesitada nación caribeña, «¿pero dónde estaban todas estas donaciones y estas expresiones de solidaridad cuando estábamos comiéndonos un cable el día antes del terremoto? ¡Si hubiéramos sabido que una catástrofe era lo que se necesitaba para que el primer mundo dejara de botar dinero en totonerías como cafés de Starbucks y aplicaciones de iPhone y nos enviara esos chavitos a nosotros», exclamó LaGrange, «hubiéramos fingido un sismo antes! De hecho», intimó confidencialmente, «hubiera bastado enviar fotos de cómo lucían las cosas por aquí antes del terremoto para que la gente nos hubiera creído esa artimaña».
LaGrange admitió humildemente que se sentía contento que el presidente Barack Obama le hubiera ordenado a su gabinete que Haití debería ser su prioridad máxima, aunque insistió que eso era demasiado: «No tenemos que ser la prioridad número uno, después que no seamos la quincuagésimoquinta. Con tal que seamos más importantes que no molestar a los fanáticos de ‘Lost’ con un discurso presidencial, estaríamos conformes». El haitiano también expresó gratitud al enterarse de todos los programas benéficos mediante los cuales las personas pueden donar dinero al damnificado país simplemente enviando mensajes de texto, a pesar de que la tecnología celular no ha llegado aún al pueblo de Jean-Philippe y él no entiende exactamente de qué se tratan los mensajes de texto, «aunque por lo que me han explicado, suenan medio totones».
«A pesar de que los países del primer mundo habían logrado efectivamente ignorar la pobreza de Haití antes de que ocurriera el sismo», concluyó Jean-Philippe, «se les agradece la ayuda que están brindando. ¡Mejor tarde que nunca!».