«Nunca dejo de sorprenderme cuando escucho sobre niños del Primer Mundo teniendo rabietas porque no quieren comer», confesó anonadado Mbele N’gatu, secretario de estado de Namibia. «Aquí en mi país estamos comiéndonos un cable –¡y lo digo figuradamente, porque ni cables hay para comer!–, y en países como los Estados Unidos donde la comida sobra, los nenes no la quieren. Y digo, a veces es comprensible, porque ese applesauce marca Gerber es aserrín moja’o con fragancia a manzana, esa papilla dizque de arroz con pollo es la muerte envasada en porciones individuales y los hot dogs parecen un invento de los vegetarianos para que la gente deje de comer carne. Empero, la idea de que esos nenes tienen qué comer y que rechazan sus alimentos porque ‘hoy no me gusta la lasaña’, ‘el arroz tocó las habichuelas’ o ‘Fulanita me está mirando’, eso me saca por el techo. ¡A esos niños hay que traerlos pa’cá pa’ Namibia, para que se le quiten los melindres a fuerza de hambrunas!».
El programa de intercambio propuesto por el gobierno namibio es sencillo: «Por cada mocoso primermundista remilgado que nos envíen, les mandaremos de vuelta uno de nuestros niños malnutridos que jamás se pondrá con ñeñeñés con lo que le pongan en el plato». La propuesta fue recibida con beneplácito por miles de padres cuyos hijos les están amargando la vida a la hora de la cena: «¡Eso me suena perfecto!», declaró Amanda Hawkings, madre de Jacob y Emma, de 4 y 5 años, respectivamente. «Gustosamente yo daría estos dos zahorís ingratos que tengo a cambio de dos africanitos humildes que saben apreciar la comida que uno hace. ¿Que mis albóndigas me quedaron ‘guácala’, Jacob? ¿Que mis papas majadas ‘saben demasiado a papa’, Emma? ¡Pues a ver qué tanto prefieren comer raíces o insectos o lo que sea que consuman allá en Namibia, zafra de malagradecí’os!», exclamó la hastiada madre mientras le empacaba los motetes a su prole.
Según el secretario de estado N’gatu, el programa de intercambio infantil entre África y los países más desarrollados es la solución perfecta para la disparidad económica entre ellos: «Envíennos pa’cá to’s esos nenes ñoños quienes, a pesar de tenerlo todo, siempre encuentran de qué quejarse. Si ellos no quieren comer, pues en nuestro país estarían sumamente a gusto… ¡porque nosotros no tenemos comida que darles!».