Antonin Scalia, de 79 años, murió mientras dormía en el rancho de unos amigos en Texas (y no, como muchos liberales deseaban, mientras se casaba en secreto con otro hombre en el vestíbulo de una clínica de abortos). La vacante que dejó no tardó en causar una lucha política entre el líder de la mayoría del senado, Mitch McConnell –quien indicó que no considerará ningún candidato para la plaza hasta que un republicano gane la presidencia– y el presidente Barack Obama –quien prometió que nominará solamente mujeres negras para que eventualmente el senado le apruebe una aunque sea solo porque no los llamen sexistas o racistas. Dentro de la Corte Suprema, sin embargo, la pugna es por quién fungirá como el «viejito cascarrabias» del cuerpo y pondrá como chupa a los abogados que se presenten al alto foro.
«Francamente, yo debería ser el nuevo viejito gruñón del Supremo», opinó Clarence Thomas, conocido por no soler decir ni «esta boca es mía» durante las sesiones de la corte. «Para empezar, también soy conservador a rajatabla, que es uno de los ingredientes primordiales para ser fácilmente irritable. Segundo, llevo en la corte desde el ’91 y si he dicho tres palabras es mucho, así que como que me toca hacer algo por la patria. Tercero, mis opiniones legales no valen ni pa’ pool ni pa’ banca –yo solo le hacía eco a lo que decía Scalia y vámonos que es tarde– así que si puedo contribuir un poco de chispa a los procedimientos, ¡mejor eso que mis opiniones!», exclamó el lacónico togado, enunciando más palabras que las que ha dicho en los últimos treinta años.
Por su parte, la ultraliberal jueza Ruth Bader Ginsburg, quien inexplicablemente consideraba a Scalia su mejor amigo en la corte, manifestó interés en asumir el rol de su finado BFF: «Creo que quien debe continuar dándole color a nuestros procedimientos debe ser alguien cercano a Antonin y que conozca muy bien sus expresiones y manerismos… ¡y quién mejor que la persona que le aguantaba sus opiniones decimonónicas y peste a brillantina y lo consideraba su best buddy!». Ginsburg citó entre sus cualificaciones, allende a su cercanía con el irascible togado, ser «más vieja que Dios», por lo que conoce frases de puebloque «estos nuevos juececitos mocosos» seguramente nunca han escuchado. «Además», concluyó, «yo también suelo ser bastante fogosa con mis disensiones, pero quizás como parezco una dulce viejecilla que debería estar dándole pan a las palomas en un parque en vez de poniendo como camote los argumentos falaces del ala conservadora de la Corte, nadie me reconoce como una cascarrabias. ¡Pero deja que alguno de estos becerros vuelva a decir alguna barrabasada en contra de los derechos de las mujeres sobre su propio cuerpo, y verán como esta ‘dulce viejecilla’ les dirá hasta del mal que van a morir!».
Finalmente, Sonia Sotomayor expuso sus argumentos al respecto: «Aunque me falta mucho para lo de ‘vieja’ –¡no se me equivoquen!– no me podrán negar que nadie casca una buena rabia como una puertorriqueña bien sacá’ por el techo… ¡y quien lo dude, que se dé una vueltecita por mi oficina, que le doy una demostración en vivo y a todo color!».