«¡Qué rico estuvo eso!», exclamó con deleite el travieso delfín, clarividentemente llamado «Chompers», mientras nadaba en su tanque. «Ustedes no tienen idea de hace cuánto tiempo llevaba yo mirando las dulces y regordetas manitas de los hijos de nuestros carcelarios, muriéndome por darles un mordisquito. O sea, ellos nos encierran en estas jaulas acuáticas, nos obligan a brincar aros y hacer piruetas varias veces al día para el deleite de los espectadores, y luego nos obligan a mendigar para que nos arrojen pescaditos de un plato de cartón. ¡No en balde la mano de esa nena me supo a venganza! ¡Si llego a haber sabido que la carne humana era tan deliciosa, hace rato que hubiera intentado darle un ñaqui!».
La niña en cuestión no fue herida de gravedad por la mordida del vengativo mamífero acuático, pero sus padres no perdieron tiempo en tronar contra la gerencia del parque: «No podemos creer que SeaWorld no haya puesto copiosas advertencias aclarando que los delfines son animales marinos sanguinarios y sádicos que están sedientos de devorar carne humana. ¿Cómo se supone que sepamos que los animales en cautivero pueden tomar acciones imprevistas y potencialmente peligrosas? ¿Qué, se supone que estemos velando a nuestros niños todo el tiempo cuando están alrededor de animales no domesticados? ¡N’homb’e, no! ¡Es más fácil dejar que los nenes hagan lo que les dé la gana y demandar a la gerencia si algo malo pasa!».