A pesar de que nadie había jamás indicado dudas sobre su estado de salud, Donald Trump sacó tiempo de su ajetreado itinerario de asustar a viejitos blancos con que «los oscuritos vienen por ahí» para alardear sobre su condición física; no solo difundió por los medios una carta que le había escrito su doctor personal (describiéndolo como «un vigoroso semental de crin melada y virilidad inigualable»), sino que incluso participó en el programa televisivo del Dr. Oz –mejor conocido por meterle ideas a tu tía loca de que tome pastillas de extracto de café verde para perder unas libritas– para hablar de cuán poco enfermo estaba (un fenómeno que expertos psicólogos denominan «protesting too much«). Esto quizás en contraste a su contrincante Hillary Clinton, quien sí estaba enferma con pulmonía y lo ocultó y negó constantemente hasta que se desplomó en público (siguiendo el viejo manual de estrategia de los Clintons de esconder las cosas y solo decir la verdad cuando no les quede más remedio).
Tanta participación mediática de Donald Trump, sin embargo, no lo condujo a revelar algunos de los males de los que sí padece; científicos del Instituto Checo de Investigaciones Baladís, por ejemplo, consiguieron récords médicos que mostraban sin lugar a duda que el multimillonario tiene una vesícula del Yo tan agrandada que prácticamente está ocupando el espacio donde en una persona normal se encuentra el corazón. Radiografías de la cabeza igualmente revelaron que su cavidad craneal se encuentra libre de materia gris, y que en su lugar solo se encuentra una moneda de oro con la inscripción «TRUMP»; además, resultados de una colonoscopía evidenciaron que Trump «tiene un intestino grueso de más de 40 pies de largo, por lo que médicamente contiene más heces fecales que el humano promedio». Allende a poseer «una extrañísima cabellera color orangután que sería la envidia de cualquier muñeca Cabbage Patch», la evidencia médica indica que Trump tiene «más bilis negra que sangre circulándole por el cuerpo» y «unas manitas tan chiquititas con unos deditos tan cortititos que amenazan con extenuar el uso del diminitivo».
El candidato presidencial negó rotundamente las imputaciones surgidas a raíz del hallazgo de sus récords médicos, tronando: «¡Yo no tengo agrandada la vesícula del Yo! ¿Acaso yo podría ser esta jodienda máxima que soy yo, si yo tuviera algún problema médico como el que dicen que yo tengo? ¡Yo, yo, yo! Que diga: ¡no, no, no!».