«¡Alguien sáqueme ya de este maldito aeropuerto!», exclamó entre lágrimas Snowden mientras los agentes de aduanas procesaban su entrada oficial a Rusia para así iniciar el proceso de extradición. «Sé que cuando regrese a los Estados Unidos me van a celebrar un juicio rápido y perfunctorio antes de encerrarme en una oscura mazmorra por el resto de mis días… ¡pero al menos no tendré que volver a pagar siete pesos por un trapo de croissant en otro maldito Au Bon Pain!», aseguró el hombre de 29 años, en clara referencia a la escalofriante y pecuniariamente onerosa experiencia culinaria que sufrió en el aeropuerto moscovita.
En efecto, muchos expertos dan por sentado que las autoridades federales mantendrán a Snowden encerrado en la base militar / cárcel ilegal en Guantánamo, Cuba, donde sin duda el joven chota le servirá de amante a algún fundamentalista musulmán y le dará un macabro nuevo matiz al término «sopla-pito«. Aun sabiendo eso, sin embargo, Snowden decidió entregarse porque no podía seguir viviendo en el aeropuerto de Moscú, almorzando y cenando todos los días en Panda Express, tomando café quemado y aguado en Seattle’s Best Coffee, y, más espeluznante aún, sin acceso a WiFi (algo que sin duda todas las cortes internacionales clasificarían como «castigo cruel e inusitado»).
El excontratista de la NSA celebró que ya no tendrá que intentar dormir acurrucado entre incómodos asientos de plástico hedientes a trasero ajeno y falta de baño –manteniendo siempre un ojo abierto para evitar que alguien le robe los motetes– y que no se levantará más sobresaltado de una breve siesta con un anuncio sobre los altoparlantes de que el vuelo de las 6:15 a Vladivostok saldrá con retraso. «Si no hubiera sido porque de vez en cuando iba a Brookstone a darme un masajito en la espalda para luego irme sin comprar na’, creo que hubiera enloquecido», admitió Snowden, desconociendo quizás que nadie nunca ha, en efecto, comprado nada en un Brookstone.
Snowden manifestó que ansía ya arribar a los Estados Unidos, «donde estoy seguro que seré enjuiciado, iré a la cárcel, y jamás comeré otro pretzel en Auntie Anne’s –¡así me ayude Dios!».