La nación de Sudán del Sur nació el 9 de julio de 2011 al culminar oficialmente su proceso de independencia. El nuevo país, que suponemos se debe encontrar al sur de Sudán por eso del nombre, quiso independizarse por razones que no investigamos, pero que seguramente están relacionadas con querer la potestad de morirse de hambre a su manera. Sudán del Sur tiene la distinción de ser el país más nuevo del mundo, pero cuando se acabe la novedad será relegado a ser simplemente otra de las tantas naciones africanas que nadie sabe dónde está y cuyo bienestar a nadie le importa.
El presidente sursudanés Mutumbo Mbembong (quien podría en realidad llamarse de otro modo, pero ni nos molestamos en averiguar) manifestó sentirse «sumamente complacido que, a poco más de una semana de existencia, nuestra nueva nación haya ya alcanzado ser tan ignorada por los países del Primer Mundo como otros países africanos que han exisitido por décadas». Este logro se lo atribuyó no solo a «la prepotencia occidental y su tradicional ignorancia sobre los países que no les suministran petróleo», sino también «al tesón de mis compatriotas a la hora de ser tan negritos y por ende irrelevantes como nuestros otros hermanos africanos».
Mbembong explicó que siempre ansió estar al mando de una nación que «le valga madre» a los miembros de la ONU a la par de otros países del continente africano. «Estoy confiado que aunque nos arrope la epidemia del SIDA, nos enfrasquemos en otra sangrienta guerra civil, o nos estemos muriendo de hambre, mantendremos nuestro nivel de invisibilidad ante el resto del mundo civilizado», señaló el nuevo presidente. «Nosotros los sursudaneses solo deseamos poder languidecer en el olvido antes la mirada apática del mundo occidental al igual que todos los demás países tercermundistas: ¡solo así estaremos seguros de ser verdaderamente una nación africana!».
El Primer Mandatario, sin embargo, está consciente que circunstancias fuera de su control podrían lograr que la nación que preside pueda de repente lograr reconocimiento ante el mundo occidental. «Bastaría con que los Estados Unidos vuelvan a tener algún día otro presidente trigueñito que los republicanos insistan en achacarle a alguna nación africana, y ahí entonces tendríamos la misma fama que repentina e inusitadamente tiene Kenia ahora. ¡Pero, ¿qué digo?!», exclamó Mbembong entre risas. «¡Las probabilidades de que los americanos vuelvan a elegir como presidente a alguien que no sea un viejo blanco son aún más pequeñas que las probabilidades de que los países del Primer Mundo empiecen a gastar más dinero en ayudas humanitarias que en guerras insensatas!».