Río de Janeiro, Brasil – Antes, durante y pocos minutos después de la histórica victoria dorada de la puertorriqueña Mónica Puig en las Olimpiadas 2016 en Río de Janeiro se registró un alza de infinito por ciento en el fanatismo al deporte del tenis del boricua promedio.

Caricatura de la tenista olímpica Mónica Puig

Gracias al partido de tenis que ganó Mónica Puig, ahora hasta nuestras abuelas finalmente entienden qué es eso del «advantage«. [Imagen cortesía de Edgar León (El Bohemio)]

El partido de tenis entre la boricua Mónica Puig y la alemana Angelique Kerber el pasado sábado paralizó al país, y convirtió de la noche a la mañana a millones de boricuas alrededor del mundo no solo en asiduos fanáticos del deporte, sino también en expertos comentaristas. La ocasión fue igualmente marcada por una merma total de asesinatos y una disminución a niveles casi imperceptibles de político-partidismo (puntualizada solo por ocasionales exabruptos de comefueguismo independentista marcados con el hashtag «#Puigñeta»).

«¡Qué bimbazo le dio a esa bola!», opinó doctamente Pedro «Pito» Fernández, quien antes de ese momento pensaba que «tenis» era solo lo que uno se ponía en los pies para jugar baloncesto o eso que los chamaquitos a veces guindan del tendido eléctrico. «¡Chúpate esa en lo que te monda la otra!», observó con pericia Margarita «Marga» Torres cuando la contrincante de Mónica no pudo atinarle a la bola con su raqueta. «¡Esa alemana está sudando como caballo ‘esnú’!», fue el juicio profesional de José «Pepe» Martínez, quien añadió malevamente: «¡Sufre, Gigi!».

«¡Yo solo sé que este es el mejor juego de tenis que yo haya visto en mi vida!», exclamó lleno de júbilo el puertorriqueño promedio, respaldado no solo por el hecho de que es el primero y único juego de tenis que ha visto, sino también por el hecho de que el partido estuvo empíricamente cabrón.

Por El Rata