Chicago, Illinois – En una noticia que comprueba una vez más el trascendental rol que juegan los psicólogos en nuestra sociedad, el consejero matrimonial M. Gary Neuman anunció los resultados de su más reciente estudio sobre infidelidad masculina, en los que revela que el 92% de los hombres infieles alega que la razón primordial de sus infidelidades no tiene que ver con sexo, y que un 7% de los infieles confiesa sus indiscreciones sin haber sido confrontados por sus esposas. El estudio reveló además que el 92% de los hombres que pertenecen a este grupo son embusteros hasta contestando encuestas, y que 7% tiene tendencias suicidas o son morones.

Contrario a la creencia generalizada, la razón primordial para que los hombres casados engañen a sus esposas no es tener sexo desenfrenado con una Diosa del Olimpo y alas de ángel. Obvio: la razón primordial es simplemente que son unos embusteros de mierda

«Estos resultados son sorprendentes, porque comprueban exactamente todo lo que sabíamos con respecto a la infidelidad masculina: que muchos hombres les pegan cuernos a sus mujeres, que los hombres infieles son unos embusteros, y que son capaces de pegarse hasta de una escoba o un mapo, siempre que dicha escoba o mapo sepa cocinar bien», explicó el Dr. Neuman, demostrando un gran rigor científico. El eminente investigador defendió la necesidad de analizar comportamientos que son tan obvios como inevitables, y enfatizó los incuestionables beneficios que tiene para la mujer conocer estos resultados: «Atrás han quedado los días en que la esposa promedio desconfiaba de su marido sin fundamentos. Gracias a nuestro estudio, ahora sabe que lo que tanto sospecha probablemente sea cierto: si está casada, lo más seguro su marido se las esté pegando con su secretaria en estos momentos. De seguro conocer esto le dará la paz que tanto busca en su relación», aseguró el doctor. «Este estudio es por mucho el más importante realizado hasta ahora, más incluso que el que concluyó que las adolescentes embarazadas habían tenido relaciones sexuales. Y eso es mucho decir», aseguró orgulloso.

«Presiento que me engañas, Rigoberto». «No digas tonterías, Julieta»

El estudio, cuyos indudablemente certeros promedios fueron calculados usando el ingenioso método de realizar preguntas tontas a todo el que se acercara y luego dividir cada respuesta entre el primer número que les pasara por la mente a los entrevistadores, refleja que una de cada 2.7 esposas víctimas de infidelidad (aproximadamente 37%) nunca se entera de los actos de su marido, presumiblemente porque están muy ocupadas tratando de que éstos no se enteren de que ellas les están pegando cuernos con el lechero, el cartero o algún compañero de trabajo. Además, el 88% de los esposos infieles reconoció que sus amantes no son más bonitas que sus actuales esposas, con lo que los expertos finalmente comprueban la milenaria hipótesis de que cualquier hoyo es trinchera.

Los resultados también reflejan que solamente 7% de los infieles confesó sus pecadillos sin que nadie se lo pidiera, mientras que el 39% aceptó su infidelidad al ser confrontado con evidencia sobre su engaño. El restante 54% de los hombres infieles logró escapar de sus esposas sin que les cortaran los testículos con un machete mohoso. De aquellos que confesaron, tan sólo un 72% sufrió lesiones severas tras recibir sartenazos en diferentes partes del cuerpo, y sólo un 5% aún no puede caminar.

El Dr. Neuman explicó que el comportamiento del hombre infiel se debe a que, aun cuando por fuera parecen fuertes e independientes, están llenos de inseguridades que los llevan a cuestionarse su propia suficiencia: «Los pobres esposos, angelitos de Dios que son, realmente no tienen la culpa de lo que les pasa, porque es que son criaturas vulnerables e inseguras de sí mismas», explicó el doctor. «Por ejemplo: los hombres siempre están inseguros sobre si podrían levantarse cualquier fleje que esté sentada en una barra ‘esperando remolque’, ¿tú me entiendes?», dijo el científico guiñando un ojo. «Desafortunadamente, el problema no para ahí: después que vencen esa inseguridad inicial, entonces quedan inseguros sobre si se contagiaron con sífilis, gonorrea o alguna otra enfermedad venérea. Afortunadamente, en comparación con la inseguridad sobre si pueden llevarse mujeres más fáciles que la tabla del cero, esa otra inseguridad no es tan importante. Aquí lo que importa es que la esposa sea comprensiva y entienda que no es que su esposo sea un infiel de mierda, sino que es una pobre víctima de su condición natural de inseguridad macharranística», explicó el doctor.

«Pero mi amor, ¡no es lo que tú crees! ¡Es que soy un inseguro!» «¿Ah sí? Pues mira qué casualidad, yo también estoy insegura: no sé si darte el batazo en la cabeza o en el… estómago»

El investigador recomendó a las esposas engañadas que, en lugar de recurrir a las estrategias tradicionales de verificar las llamadas recibidas por su marido, oler sus camisas constantemente, contratar detectives privados, enredarse a las pescozá’s con la chilla o colocar equipos de GPS en el vehículo de su esposo, mejor intenten reconocer las virtudes de sus maridos para que así éstos logren vencer sus inseguridades: «Por ejemplo, si su marido no sabe cocinar, pero insiste en prepararle el desayuno, en lugar de mandarlo a quemar tostadas a casa de la puta chilla esa para que no le queme sus gabinetes, dígale que agradece tan bonito gesto, aunque sienta unos deseos enormes de vomitar. Eso de seguro hará que su marido se relaje y se sienta más cómodo en la relación», dijo Neuman, quien sin embargo advirtió que esta estrategia tiene sus riesgos: «Ahora, ojo: si el inútil de su marido insiste en cocinarle todas las mañanas, considere rendirse y mandarlo a cocinarle a la chilla. Y despreocúpese, que tanto su esposo como su chilla estarán demasiado ocupados entre sorbos de Kaopectate e Imodium como para poder engañarla de todos modos», concluyó el doctor. El estudio también recomienda que, de ser necesaria una confrontación con la amante de su esposo, intente aclarar sus posibles diferencias y malos entendidos de la forma más diplomática posible, de manera que la amante sea capaz de entender sus puntos de vista claramente.

Una esposa engañada explica sus puntos de vista a la amante de su marido de la forma más diplomática posible: «Mira, banco de esperma ambulante, tú como que eres pariente de Supermán, ¿verdad? ¡Eres Súper Puta!»

De acuerdo al investigador, para evitar las marcas que puede dejar el engaño en la relación marital es importante que el hombre se sincere con su esposa siempre que sienta la urgencia de ser infiel. «La mujer resiente grandemente que la engañen, de manera que la próxima vez que quiera tirarse una fleje del trabajo, hable con su esposa y cuénteselo», aseguró el doctor. «Mi consejo es que diga la verdad. Digamos que usted quiere tener una relación extramarital con la secretaria de su oficina. Justo antes de ser infiel, sincérese con su mujer y dígale: ‘Oye negra, tú te acuerdas de aquella secretaria bien putona que te presenté en el party de la oficina? Chacho, tengo unas ganas brutales de darle pa’ bajo’. No se preocupe. Su esposa entenderá», aseguró el doctor. «Eso sí, justo después de hablar con su esposa, recuerde salir corriendo, esquivando los cuchillos y sartenes que pasarán zumbando por su oído», advirtió con incuestionable lógica.

Algunos de los entrevistados confirmaron a El Ñame las ventajas de confesar a sus esposas que pronto les fueran infieles: «Chacho, el Dr. Neuman tenía razón: le conté a mi mujer que me voy a tirar a su prima y lo tomó de lo más bien. ¡Ni se alteró ni nada!»

Finalmente, el estudio refleja que el problema real entre las parejas encuernadas no es la infidelidad, sino el engaño. En noticias no relacionadas, también se reveló que el problema no son las inundaciones sino la lluvia, y que el problema de los políticos no es que sean corruptos, sino que aceptan sobornos. Al cierre de esta edición se desconoce por qué se realizan estudios tontos que arrojan resultados redundantes, aunque se asegura que un próximo estudio concluirá que son totalmente necesarios para nuestra sociedad.