San Juan, Puerto Rico – Luego de un exhaustivo estudio nuevo llevado a cabo en la Isla recientemente, un grupo de científicos ha llegado a la conclusión de que la puertorriqueñidad es una enfermedad venérea. La puertorriqueñidad, la cual es definida por los investigadores como «la condición humana que describe a plenitud el carácter y el comportamiento del especímen Portoricensis vulgaris«, se demostró que puede ser adquirida a través de la convivencia íntima con un boricua, incluso viviendo fuera de la Isla.

El doctor Ion Paulik, el miembro del Instituto Checo de Investigaciones Baladís quien hiciera público los resultados del estudio, cuenta que recientemente se mudó a la Isla porque, según él, «los boricuas son un especímen sumamente interesante para investigar». Su nuevo lugar de residencia lo hizo el candidato ideal para encabezar el grupo de sociólogos, genetistas y epidemiólogos que investigaron el origen y la diseminación de la puertorriqueñidad alrededor del mundo. «Nuestra conclusión es que, más que una condición congénita y hereditaria, es una enfermedad venérea», dictó el Dr. Paulik, quien durante los últimos años se ha especializado en realizar un sinnúmero de investigaciones de poca monta sobre los puertorriqueños. «Exhortamos a todo aquél que visite la Isla como turista y que no tenga interés en convertirse en un conductor impaciente e impuntual, que se ponga el sombrero».


Estos condones son lo único que protege al turista incauto de agarrarse un caso de puertorriqueñidad

Los síntomas de la puertorriqueñidad, según el estudio, pueden empezar a manifestarse sutilmente, comenzando quizás por una tolerancia más alta de lo normal por cualquier tipo de marisco (sin importar cuán visualmente desagradable), después que éste sea servido en un vasito plástico en un kiosko en la playa. Esto progresa paulatinamente a la tolerancia por comer cualquier tipo de fritura, y culmina desastrosamente en la predilección por el consumo de entrañas porcinas de apariencia espeluznante, como el mondongo y la gandinga. «Una vez te empieza a gustar la morcilla y la toallita, ya es demasiado tarde», advirtió Paulik. «A esas alturas es mejor que te resignes a usar camisetas con la bandera monoestrellada y a ponerle calcomanías de coquíes verdes a tu carro».


«Las personas que no han sido infectadas con la puertorriqueñidad encontrarían este plato algo desagradable», aseguró el Dr. Paulik

Los investigadores originalmente comenzaron su estudio con la hipótesis de que la puertorriqueñidad era solamente una condición congénita, transmitida exclusivamente de una generación a otra en el código genético. Sin embargo, esta teoría fue prontamente descartada al evidenciarse que personas provenientes de otros países, al trasladarse a la Isla y casarse con algún boricua, con el tiempo comenzaban a convertirse al puertorriqueñismo, incluso aquéllos que se mudaron de Puerto Rico y continuaron su vida en el exterior. «Llegamos a la conclusión de que es la convivencia íntima la que otorga razgos puertorriqueños a personas de diversas etnias», aseguró el Dr. Paulik. «Nuestro estudio confirmó que incluso en lugares tan remotos como Corea había parejas mixtas donde a los hijos se les daba chancletazos como castigo, la mujer salía a la calle en batola y en dubi, y ambos esposos aplaudían cuando aterrizaba el avión».


La chancleta de Mami, justo antes del chancletazo

Según el grupo de investigadores, la puertorriqueñidad no es como otras enfermedades venéreas, que luego de un solo contacto íntimo infectan a la víctima: esta condición se refuerza con el tiempo luego del contacto prolongado, lo cual resulta paradójicamente en que la víctima ansíe seguir infectándose (lo cual prueba el viejo adagio de que «Once you go Rican, you never go seekin’!«). «La puertorriqueñidad es más bien como una droga: una droga que te vuelve fiestero, bebelata, y reacio al trabajo», aseguró el Dr. Paulik. «De hecho, algunos de nuestros sujetos de estudio empezaron a recibir cupones y Plan W.I.C. espontáneamente luego de varios meses de ser expuestos a la condición». El galeno prontamente añadió que la enfermedad puede tener igualmente buenas secuelas: «Quiero aclarar, antes de que alguien se me enchisme y me dé un tajo, que no es que todos los efectos secundarios de la puertorriqueñidad sean contraindicados. En efecto, muchos de nuestros conejillos de indias, provenientes de diferentes estados dentro de la nación americana e incluso de otros países, llegaron a perder su carácter frío y soso y se tornaron más amigables, sociables, y hospitalarios. Claro está, luego de llegar al punto de ser más parlanchines y vivarachos lo siguieron de rolinpín para convertirse en alborotosos y bochincheros, pero bueno, qué se le va a hacer».


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Los investigadores nos autorizaron a entrevistar a una de las víctimas inocentes de la puertorriqueñidad que participó en el estudio para que ésta nos hablara de sus experiencias. Anthony Matthews, un profesor universitario oriundo de Wisconsin que vino a la Isla por unos meses y terminó quedándose, relató su batalla contra el pernicioso mal: «Yo vine aquí por un año para enseñar un curso de inglés, y terminé enredándome con una de las secretarias del departamento, y heme aquí aún, después de veinte años. Si tú me hubieras dicho hace dos décadas que estaría hoy adicto a las novelas mexicanas, que me la pasaría comiendo pasteles en Navidades, y que hablaría todos los días sobre la política de una isla que muchos en los Estados Unidos ni siquiera saben que existe, te hubiera contestado: ‘Are you crazy?‘… y lo triste es que a estas alturas yo ni lo diría de esa manera: ¡ahora diría: ‘¿Estás loco, o te pica el cráneo?’!». Matthews también explicó que hace años que no visita a su familia, «porque, ¿para qué carajo voy a ir yo a las zínzoras de Wisconsin a coger frío y estar hasta el cuello de mierda blanca, si puedo estar en el calorcito de Puerto Rico, yendo de parranda en parranda y jartándome como sapo de letrina?».


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Al preguntarle al Dr. Paulik que cómo explica entonces su estudio que personas que se mudan a la Isla pero que no tienen relaciones sexuales con puertorriqueños también terminen adquiriendo el modo de vida boricua, el galeno respondió: «Es imposible vivir en Puerto Rico sin tener sexo a lo boricua: ¡aquí el Gobierno se clava a todo el mundo!».

Por El Rata